jueves, 3 de enero de 2013

CRÓNICA DE UN VIAJE A ZAMORA, MICHOACÁN

 
José Antonio despertó de la modorra en la que lo había sumido el viaje del DF a Zamora, justo cuando el autobús entraba en la estación camionera, y le dio unas palmadas en el hombro a José Ramón para que éste abandonara también los brazos de Morfeo mientras le decía:
 
-¡Moncho, ya estamos en Zamora!
 
Era todavía muy temprano, las cinco de la mañana, y llegaban con adelanto sobre el horario previsto. Al fin  se encontraban allí para participar en el XIV Encuentro Internacional de Poetas, después de más de veinticuatro horas de viaje. No obstante, le extrañó que el conductor no abriera el maletero, así que le indicó que querían bajar las maletas, cuestión que el hombre hizo inmediatamente.
 
Luego, cargados con el equipaje, se dirigieron al vestíbulo con el fin de encontrar la cabina donde según les había relatado detalladamente Fernando Luis Pérez Poza, poniéndoles muy negro el asunto de la seguridad en México,  podrían adquirir el boleto de un taxi seguro que los condujera al hotel. El problema fue que, por muchas vueltas que le dieron a la estación,  allí no había ninguna caseta ni nada que se le pareciera.
 
Tampoco demasiada gente a la que preguntar. Aquél era un recinto muy cutre para pertenecer a una ciudad de casi trescientos mil habitantes. Así que optaron por salir al exterior y contratar uno que se hallaba parado allí delante. Cuando ya se encontraban introduciendo las maletas en el vehículo, le dijeron al conductor:
 
-Al Hotel Fénix, por favor-
 
Su sorpresa fue mayúscula cuando el taxista les respondió:
 
-Aquí no hay ningún Hotel Fénix-
-¿Pero no es esto Zamora?-
-No, esto es La Piedad, señor-
-¡Por piedad, no. Esto no me puede suceder a mí!- debió de pensar o exclamar José Antonio, mientras los dos cargaban otra vez con los bártulos y, corriendo, se drigían de nuevo a la terminal como almas poseídas por el diablo en un vano intento de volver a subir al autobús, pues éste ya se había marchado rumbo a Zamora.
 
Era todavía de noche y allí, en aquel paraje tan lóbrego, en mitad de ninguna parte, no se iban a quedar, así que tomaron la decisión de contratar al taxista para que los llevara a su destino, a lo que éste accedió pero recalcando que no conocía la ciudad y no sabía donde se hallaba situado el Hotel Fénix, por lo que los dejaría en la estación camionera.
 
El viaje lo hicieron en silencio. Era la primera vez que se encontraban en aquel país y solamente les había dado tiempo a conocer el trayecto que iba desde el aeropuerto del DF a la estación camionera donde habían subido al bus la noche anterior. En su mente pesaban todavía las recomendaciones del poeta pontevedrés en la que les indicaba que no se subieran a cualquier taxi, sino solamente a los seguros, para evitar percances.
 
El recorrido estaba lleno de descampados. El taxista lucía una pinta de recién salido de la cárcel. Si llegaban vivos sería un puro milagro. Pero nada de lo que pensaban sucedió y cuando llegaron a la estación camionera de Zamora el primer sorprendido fue Roberto Reséndiz, que los estaba esperando, y que había visto llegar el autobús sin ellos. Lo que menos se imaginaba el michoacano es que los dos poetas de Ourense hicieran su entrada triunfal  en aquel vehiculo. Luego, despejado el equívoco, dieron rienda suelta a la alegría del reencuentro.
 
Cuando el que suscribe esta crónica hizo acto de presencia en el hotel, los dos Josés ya habían desayunado y se habían marchado al Centro de las Artes para iniciar su participación en el Encuentro. A la pregunta... ¿qué tal ha ido todo? La respuesta fue unánime. "Todo bien", pero ni un atisbo de la aventura que habían padecido y que me sería relatada posteriormente salió de sus labios.
 
Como Arturo Accio viajaba acompañado de la mujer y, por lo tanto, compartían cuarto, a Mario Z Puglisi y a mí, que habíamos llegado juntos, nos dieron una habitación doble. Tras un desayuno frugal y los consabidos saludos a la gente que ya conocía de otros años, me dispuse a iniciar, por tercera vez, mi participación en el Encuentro, trasladándome, como antes habían hecho mis compañeros, al Centro de las Artes, donde pude recoger las credenciales. Zamora había sido conquistada, y no en una hora, como reza el refrán sobre la ciudad homónima española, sino en varias jornadas previas de aventuras mías por Cuernavaca y Guadalajara, las de mis amigos orensanos y las de algún que otro paisano que por allí andaba, hasta componer un quinteto. Una concentración de gallegos que, como se verá más adelante, en otro episodio de la crónica, tendrá sus húmedas consecuencias.
 
Agosto 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
www.eltallerdelpoeta.com

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